Cuando la humanidad arribó por primera vez a las Islas Canarias,
trajo consigo a otros seres vivos, animales, plantas y semillas, garantes de su
supervivencia en estas nuevas tierras. Tal fue el caso de la cebada (Hordeum
vulgare), descendiente directa de la cebada silvestre de Oriente Medio, o
del trigo, igualmente originario de Mesopotamia (y concretamente del Triticum durum, una variedad
de trigo con mala panificación).
Cebada, trigo, legumbres, higos y otros alimentos hasta
entonces desconocidos en la biota canaria, cimentaron la alimentación aborigen,
como deja constancia el registro arqueológico como los numerosos restos de
cebada hallados en las cuevas granero. Estructuras especialmente abundantes en
Gran Canaria, donde la agricultura se desarrolló en mayor grado que en otras
islas.
La cebada que aún se cultiva en Canarias es heredera directa de la
preeuropea. Un cereal muy bien adaptado y que, como narran las crónicas de los
siglos XVI y XVII, siempre fue preferida sobre otros cereales por parte de la
población canaria, y parece que las formas en la cual se consumía,
concretamente el gofio, también están detrás de su preeminencia en los campos.
Imagen: Chaumeton, F.P., Flore médicale. vol. 5. t. 257 (1831).